LA HUMANIZACIÓN DEL TIEMPO, por Yamandú Acosta


 Jorge Liberati

La humanización del tiempo

Cal y Canto, Montevideo, 2015.

A poco de ser publicado, recibí de manos de Jorge Liberati (Montevideo, 1943) un ejemplar de este libro de importante porte -297 páginas-, con la dedicatoria “A Yamandú con mi mayor afecto. Jorge. 2015”.

Huelga dejar constancia de que somos amigos, aunque nos vemos “cada muerte de Obispo”, pues Jorge y Cristina –“A Cristina, mi sueño si no fuera real”, está dedicado el libro- viven desde hace algunos años en La Floresta, mientras que yo resido en Montevideo. 

Ambos fuimos muy amigos de Manuel A. Claps (Buenos Aires,1920 - Montevideo, 1999) , por lo que en cumplimiento de una aparentemente inexorable ley transitiva, definitivamente seguimos siendo amigos más allá del fallecimiento de nuestro amigo común, uno de mis maestros, que sigue vivo en nuestros pensamientos y conversaciones más telefónicas que presenciales. 

La constancia que antecede es relevante, en cuanto las consideraciones sobre el libro de mi amigo no pueden –ni quieren- tomar distancia respecto de la amistad de tantos años y sus implicaciones. 

Se ha dicho en el plano de la reflexión filosófica, que se puede ser amigo de Sócrates, pero –socráticamente- se debe ser más amigo de la verdad, especialmente en el hipotético caso en que aquél pudiera ser inconsistente con ésta.

En general, pero aplica especialmente para este caso, siento y pienso que en el campo de la filosofía se debe ser amigo de la verdad sin que esto afecte el ser amigo de Sócrates, dado que éste valora ante todo la verdad, por lo que la inconsistencia no sería posible. Y así como Sócrates, el “Sócrates insatisfecho” a que ha hecho referencia John Stuart Mill en su libro Utilitarismo, es el caso de Liberati. 

Liberati es un “Liberati insatisfecho” que siempre está en búsqueda de la verdad, logrando una y otra vez algún grado de ella respecto de muy diversos asuntos, autores y escritos filosóficos de los que se ha ocupado durante mucho tiempo y seguirá seguramente ocupándose, talante sin el cual no se entendería cómo alguien que es ajeno a la academia filosófica en este país, ha aportado y aporta tantos artículos y libros de materia filosófica, entre los cuáles el que nos convoca en esta reflexión es especialmente significativo.

La humanización del tiempo es un libro inequívocamente filosófico. Por ello, su autor, un “Sócrates insatisfecho” que a diferencia del maestro de Platón escribe –y vaya si escribe, tanto  en cuanto a la cantidad como a la calidad filosófica y discursiva de sus numerosos escritos-, es un filósofo.

En el Diccionario de uso del español de María Moliner, que hace algunos años compré por consejo de Liberati –quien entre sus varias obras ha publicado el Diccionario uruguayo de la lengua española para escolares y liceales que objetiva su competencia en materia de diccionarios de la lengua española, leemos sobre el término “pensar”: “Formar y relacionar ideas. El oficio del filósofo es pensar”. En el libro que vamos a considerar, Liberati relaciona muchas ideas, especialmente ideas filosóficas, esto es ideas de referencia en la tradición de la filosofía, también ideas de las ciencias e ideas del acervo común de los humanos –lo que en general, sea en la investigación, en la docencia o en la escritura, hace la gente que se dedica profesionalmente a la filosofía-, pero, como veremos, lo que es menos usual aún entre profesionales de la filosofía-, formula algunas nuevas ideas que expresa bajo la forma de neologismos, que son vertebrales en su filosofar.

Por lo tanto, al “pensar” en los dos sentidos distinguidos por María Moliner, Liberati sin lugar a ninguna duda ejerce “el oficio del filósofo”; un filósofo que piensa escribiendo y escribe pensando. Sin tener formación académica en Filosofía –su formación de grado ha sido en Literatura-, desempeña ejemplarmente en el conjunto de su obra y en La humanización del tiempo muy notoriamente “el oficio del filósofo” demostrando que éste se puede ejercer a plenitud sin que ello implique acreditar estudios académicos específicos de Filosofía. Más aún, personas que tienen esos estudios específicos, aún a nivel de posgrado y aún cuando ejerzan la profesión de filósofo académicamente acreditada, muchas veces no ejercen propiamente el oficio del filósofo como Liberati lo hace de manera al mismo tiempo sencilla, magistral y creativa.  

Pasaron ocho años desde que recibí el libro de manos de su autor hasta el mes de octubre de 2023 en que lo leí a lo largo de seis o siete días. En 2015 y hasta mi jubilación el 31 de diciembre de 2019 –por haber cumplido los 70 años señalados como límite para la enseñanza de grado-, leerlo era para mí una empresa imposible. El asunto del libro explicitado en su título y la multitud de cuestiones convocadas a lo largo de sus doce capítulos antecedidos por un sucinto y orientador “extracto del contenido” y un par de páginas de José Ortega y Gasset en torno al concepto de “elegancia” –arte de elegir- que es inspirador para la comprensión del sentido del libro, como muy probablemente lo fue para su concepción y redacción, a los que se suma una recapitulación; muy ajenos a los asuntos de investigación y enseñanza que me ocupaban –y aún me ocupan, especialmente los primeros- en un nivel de muy alta dedicación, no me daban chance de encarar una lectura razonablemente comprensiva sobre una temática tan alejada de mis asuntos, que además eran –siguen siendo- los que no dejan de convocarme.

Una vez jubilado, no obstante bajó la presión de las obligaciones institucionales que hacían parte del cargo de Profesor titular por partida doble –Facultad de Derecho y Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación- en régimen de dedicación total de la Universidad de la República; encontrar el tiempo de calidad para leer el libro no solamente por compromiso con el amigo, sino también con los aportes posibles que el texto verosímilmente habría de contener, se vio favorecido por circunstancias de tipo personal recién en 2023.

Dentro de los registros que la filosofía en el Uruguay presenta en el siglo XX, de acuerdo a La filosofía en el Uruguay en el siglo XX, libro publicado por Arturo Ardao (Lavalleja 1912 – Montevideo, 2003) en 1956, que aporta una insuperada cartografía de la filosofía en nuestro país en la primera mitad del pasado siglo, entiendo que Liberati, avanzada ya la segunda mitad de ese siglo y en lo que va del siglo XXI, le da continuidad con sus personalísimas novedades al de la “filosofía de la experiencia” así denominada y señalada como “corriente principal” en “la vida filosófica uruguaya de la primera mitad del siglo XX”, que –escribe Ardao- “quiso ser con más precisión filosofía de la experiencia concreta. Puso especial énfasis en lo que de concreto tiene en sí misma toda experiencia. Se irguió contra el abstraccionismo del lenguaje conceptual, contra el espíritu de generalización y sistematización, contra los verbalismos de la razón especulativa, contra el logicismo de las ideas puras; en una palabra, contra el intelectualismo. Exaltó por el contrario –aunque eludiendo el irracionalismo- la espontaneidad viviente del pensamiento en la realidad inmediata de la conciencia, el conocimiento no separado de la acción. Tanto como de filosofía de la experiencia podría hablarse de filosofía de la vida. Pero siempre que no se la entienda en su estricta acepción biológica, sino en el contenido, devenir y peripecia de la conciencia humana.” 

Ardao ubica como representantes de esa filosofía de la experiencia – “representantes” porque su filosofía trasunta las notas antes señaladas, de ninguna manera porque adhirieran a una “filosofía de la experiencia” que como tal recién es nombrada y discernida por Ardao en 1956-, que no es una escuela, sino una actitud filosófica que se distingue de otras entonces en curso- a José Enrique Rodó (Montevideo, 1871- Salerno, 1917) y a Carlos Vaz Ferreira (Montevideo, 1872-1958) entre otros.

Por su parte, Liberati ubica a Ardao como cultor de una “filosofía del espacio” y  una “filosofía de la inteligencia”, poniendo el acento en el carácter definitorio de esta como última instancia de la filosofía de nuestro más destacado e imprescindible historiador de las ideas. Teniendo en cuenta que lo que distingue a la inteligencia de la razón es el nutrirse, en su génesis y en su proyección, de la experiencia; la “filosofía de la inteligencia” no es sino la expresión de una cierta precisión al interior de la “filosofía de la experiencia”, a la cual, creo que en sintonía con Liberati, podemos adscribir la filosofía de Ardao desde su especificidad como “filosofía de la inteligencia”, que fundamenta y vertebra su producción historiográfica.

Por mi parte, me permito ubicar a Liberati en la “filosofía de la experiencia” –con Rodó, con Vaz Ferreira y con Ardao- , aunque como fue dicho, ya no en la primera mitad del siglo XX, sino en buena parte de su segunda mitad y en lo que va del siglo XXI, dentro de ella con especial sintonía en su especificación como “filosofía de la inteligencia”, acompañando de hecho y de derecho en este registro filosófico a Ardao, -quien recorre toda la segunda mitad del siglo XX, habiendo recorrido un buen tramo de la primera, manteniendo su ímpetu productivo en los casi tres años del siglo XXI que le toca vivir-, y complementando la “filosofía del espacio” que ha identificado en éste, con una filosofía del tiempo que expone en La humanización del tiempo.

Insisto, “filosofía de la experiencia” es una actitud o orientación del pensamiento, no es una escuela ni es vivida o practicada con ese espíritu por ninguno de sus representantes, entre ellos, los aquí mencionados: Rodó, Vaz Ferreira, Ardao y Liberati. 

En el caso de Liberti, la “filosofía de la experiencia”  se especifica y explicita –en muy directa sintonía con Ardao- como “filosofía de la inteligencia”, al tiempo que pareciera complementar la “filosofía del espacio” que ha identificado  en éste, con una “filosofía del tiempo” que expone en el libro que motiva estas reflexiones.

El libro “trata sobre la naturaleza vicisitudinaria del pensamiento o capacidad vécica de la inteligencia. Quiere abarcar lo que pertenece a la historia de la persona, excluyendo al tiempo físico como valor decisivo” (p. 9). En estas tres primeras líneas de su libro, Liberati introduce la idea-fuerza sobre la que trata. 

Se refiere a ella “como la naturaleza vicisitudinaria del pensamiento”. Ello implica postular que constitutivamente -por su “naturaleza”-, el “pensamiento” lejos de suponer a priori univocidad de sentido es pura contingencia que se va constituyendo en razón de las vicisitudes que lo atraviesan; en el sentido fuerte de que el pensamiento es sus vicisitudes y no en el sentido débil de que las vicisitudes no sean más que accidentes que desafían a la sustancia constituida por el pensamiento. Y las vicisitudes que constituyen al pensamiento tienen lugar en el campo de la experiencia; hay pensamiento porque hay experiencia, tanto como hay experiencia –como contingencias en la relación con el mundo, pero también como discernimiento y acumulación selectiva de esas vicisitudes- porque hay pensamiento. 

La “naturaleza vicisitudinaria del pensamiento”, implica que no obstante la contingencia o aleatoriedad de las vicisitudes en su ocurrencia, así como en lo relativo al carácter favorable o positivo, desfavorable o negativo de su signo, oficia como un a priori que sea en el modo de lo sucesivo, sea en el de lo alternativo, introduce un orden en los a posteriori en que aquellas experiencias consisten, sin la mediación de las cuales no podría constituirse como tal pensamiento. 

La disyunción de las dos primeras líneas implicaría hace equivaler “capacidad vécica de la inteligencia” a “naturaleza vicisitudinaria del pensamiento”. Aceptando prima facie la equivalencia entre “inteligencia” y “pensamiento” que la disyunción sugiere, frente a la “naturaleza” del segundo, se trata ahora de una “capacidad” de la primera (que sería parte de su naturaleza), la “capacidad vécica” una idea novedosa que se expresa con la novedad de un neologismo. Las “veces” a que la “capacidad vécica” nos remite, sustituyen con ventajas –en la perspectiva de Liberati- a las “circunstancias”. 

No obstante Ortega y Gasset hace parte sustantiva del horizonte filosófico del libro, en lugar de “Yo soy yo y mis circunstancias”, sería ahora “Yo soy yo y mis veces”. Mientras las “circunstancias” pueden someter al yo a un acaecer totalmente heterónomo, las “veces” dicen acerca de una autonomía del yo en la constitución del mundo de su experiencia al pautar las ocurrencias significativas en el orden del tiempo, que es el tiempo humanizado de cada yo que constituye “la historia selecta de las veces en que han cristalizado los contenidos fundamentales de la vida y que han contribuido en la formación de la personalidad” (p.9).

El tiempo humanizado trasciende al continuo físico natural o convencional; cada sujeto inteligente lo constituye en ejercicio de su “capacidad vécica” por la que nuevas y diversas experiencias son distinguidas por el yo pensante en un orden lógico de algún tipo, distinto en cada persona, pero universal en cuanto hace a la experiencia del mundo y al mundo de la experiencia de todas las personas. 

Al interés de Liberati en su libro por la naturaleza del pensamiento y la capacidad de la inteligencia suscitamente presentadas, se suma, de un modo no artificial el interés por el problema del saber, que no debe confundirse no obstante sus relaciones, con el problema del conocimiento: “Si el conocimiento corresponde al pensamiento organizado y universalizado; el saber corresponde al «saber a qué atenerse», movimiento inicial de toda persona ante cualquier problema” (p. 10). 

Así como el tiempo humanizado trasciende al tiempo físico, el saber trasciende al conocimiento. La cuestión del saber se impone frente a los desafíos que plantea la experiencia del mundo, compromete al yo en términos prácticos más o menos acuciantes, por lo que su sentido sin dejar de tener que ver con la comprensión del asunto en sí de la experiencia, tiene que ver específicamente con el discernimiento de lo que de él podemos esperar; importando especialmente la resonancia subjetiva frente a la presencia objetiva del asunto de la experiencia: en lugar del en sí; el para mí.

Si el conocimiento es pensamiento universalizado, el saber, en cuanto “saber a que atenerse” es pensamiento universal que sin excepción se constituye de originalísimas formas en todas y cada una de las personas, en su “yo”, “fuero íntimo” o “intimidad pensante” que es la esfera en que existencialmente, fenomenológicamente, experiencialmente, elegantemente; en definitiva, inteligentemente, se mueve Liberati en su libro, trasuntando una experiencia de la conciencia que no obstante es la personalísima del autor, sus observaciones pueden legítimamente trascendentalizarse en términos de comprensión a las también personalísimas vivencias de todo otro “yo”  en la constitución de sus respectivas “veces” como modo de autoconstitucíón en cuanto estar en el mundo. 

Identifica Liberati a la “dimensión vécica” como “dimensión de la inteligencia en que se procesan la selección y la transformación de la experiencia; se trata de la conversión del tiempo vivido en saber.” (p.263). Esa es la dimensión de la inteligencia en que la filosofía de la inteligencia de Liberati vertebra su filosofía del tiempo con su “humanización del tiempo”, lógica procesual o proceso lógico en que “el tiempo vivido” se convierte en “saber”, que en cuanto sabiduría implica el “saber a que atenerse”. “El sabio sabe por sabio, pero más sabe por viejo” de la sabiduría popular, encontraría en esta tesis y en el conjunto del libro de Liberati un elaborado sustento. 

“Para vivir, el hombre permanentemente elige” (p. 266); aunque no le sea posible elegir todo, en el marco de la condiciones dadas que no elige, “se elige a sí mismo” (p. 266); el arte de elegir –elegancia o inteligencia- es el arte de vivir, que como arte implica conocimiento pero especialmente creación; definitivamente una “filosofía de la experiencia” como “filosofía de la vida”, considerada la vida como “devenir y peripecia de la conciencia humana”, según la caracterización de Ardao para esta corriente principal de la filosofía en el Uruguay en la primera mitad del siglo XX, que La humanización del tiempo actualiza en el siglo XXI.

“Cómo se elige” (pp. 267.269) y “Qué resulta de la elección” (pp. 269-272) son preguntas centrales que el libro plantea y contesta antes de su cierre abierto “Algunos rangos de series” (pp.273-297): “Series enraizadas en el inconsciente” (pp. 273-276), “Series encadenadas al lenguaje” (pp. 276-280), “Series generadas en la infracción” (pp. 280-290), “Series vinculadas a los sentimientos estéticos” (pp. 290-297), series que ilustran en diversos ámbitos de la experiencia el ejercicio del a priori de la “función vécica” que selecciona y jerarquiza configurando nuestro cosmos –mundo/orden- como forma inteligente –humana- de habitar el espacio al humanizar el tiempo. 

Se elige entre lo que a uno le pasa porque necesita elegir, para ello se remitirá “al horizonte de exploración único de su propia vicisitud” (p. 267). El ser humano elige “con algo de pasión más que por un discriminar prolijo entre alternativas, que a veces no se presentan, y hasta puede llegar a elegir lo que nunca se presenta” (p. 267), por ello, creo entender y comparto, elegir la utopía es, entre otras elecciones posibles, expresión de inteligencia.  Se elige en función de la capacidad de discernimiento, acotada por las vicisitudes que se deben enfrentar. Al elegir eligiéndose el ser humano se hace histórico haciendo su historia. La elección implica generalmente un grado significativo de incertidumbre. Si bien el ser humano “puede elegir ateniéndose a la analogía, a la comparación, a la estadística, a la inducción y a la deducción, en general el hombre elige valiéndose de aproximaciones en más o en menos, sea lo que fuere, en las que el más y el menos se condicionan fuertemente entre sí.” (p. 269)

De la elección resulta la misma constitución del ser humano en la trama de relaciones y tensiones entre lo que es, lo que puede ser y lo que debe ser. Liberati explicita un optimismo del conocimiento y un pesimismo moral, sostiene que el “hombre es una floja criatura moral, pero fuerte criatura cognitiva” (p. 272) dimensiones antropológicas que visualiza polarizadas, por lo que “cuanto más fuerte se vuelve en este último sentido, más débil se hace en el primero” (p. 272). Correspondería pues al “saber” mediar al trascenderla esta tensión entre la “fuerte criatura cognitiva” y la “floja criatura moral” que somos, para que la profundización en el conocimiento de lo que es pueda aportar constructivamente en la dimensión de lo que debe ser en lugar de alejarnos de ella como parece acaecer de manera exponencial en las lógicas globales, de la -así llamada-, sociedad del conocimiento. 

Para sacar provecho de las aproximaciones al yo, al saber, a la lógica de la experiencia con su medular lógica vécica, a las relaciones entre lógica e historia, a las relaciones entre ser y querer ser, a las consideraciones sobre los estados mentales que hacen a la humanización del tiempo, se hace imprescindible leer, revisar y reflexionar uno a uno los doce capítulos que median entre el “extracto del contenido” con que se inicia y la “recapitulación” que lo cierra, en que nos hemos detenido especialmente a los efectos de motivar la lectura de este libro.

La humanización del tiempo de Jorge Liberati, aporta con novedad analítica, hermenéutica y heurística a nuestra personalísima humanización del tiempo; la lectura de sus doce capítulos puede aportar las claves para una ilustradísima y reflexiva lectura de nosotros mismos. 

                                                                                     Yamandú Acosta,

                                                                        Barra de Valizas, 16 de enero de 2024.


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